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Tiempo de crisis (1)

Los seres humanos hemos vivido milenios golpeados por el hambre, el frío, la enfermedad y la guerra, de forma constante o de improviso. En el mundo contemporáneo, sobre todo desde la Segunda Guerra Mundial en Europa, Estados Unidos y otros países asimilados a su mentalidad hemos creído vivir en el mejor de los mundos posibles, cobijados en el sueño de la vida cotidiana, energía barata y sin límites; sin embargo, afuera y adentro las desigualdades crecían. De pronto, una enfermedad y la sombra de los desastres climáticos se han hecho presentes; ahora nos vemos sometidos a tiempos críticos donde muchas de nuestras conductas, modos de pensar y sentimientos se ven confrontados por todo lo que sucede a nuestro alrededor. Sucede tanto en el plano individual como colectivo y muchas de las cosas que pensábamos permanentes y valiosas se vuelven efímeras y carentes de valor. Esta epidemia ha puesto de manifiesto nuestras debilidades personales y colectivas, y en algunos de los países más desarrollados la debilidad de las estructuras protectoras de la sociedad como son las sanitarias y educativas. Estructuras que muchos pensaban preparadas. La deriva climática pone en tensión a todas las sociedades y en adelante lo hará de forma más severa. Las diferencias sociales han ido creciendo a escala planetaria y en nuestro país se agravan con las sucesivas crisis. Bajo la presión de la pandemia los abismos sociales se dibujan con toda claridad. Ante la desigualdad permanente y el deterioro de las estructuras sociales, la inacción, mientras otros toman posiciones… ¿Qué respuesta podemos encontrar en el evangelio? ¿Hay alguna enseñanza en el evangelio para nuestro tiempo?

Jesús habla de su proyecto al comienzo de la misión, tenía un plan, le costó la vida: El espíritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido, me ha enviado a sanar a los de roto corazón, liberar a los cautivos, buena nueva a los pobres, año de gracia, es decir, Gran Jubileo. Ese año de gracia, el jubileo, consistía en restituir todas las cosas al principio, se devolvían los campos, se perdonaban las deudas, y se vivía con lo que daba la tierra. Es restituir las cosas al principio como si se hubiera llegado a una nueva tierra o a un nuevo reino, cruzar el Jordán. El pueblo estaba a la espera. Juan, el Bautista, había ya trazado lo que se esperaba, justicia social, conversión: El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo… No exijáis más de lo que está fijado… No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas. Dice que detrás de él viene uno que bautizará en viento y fuego recogerá el trigo en su granero; pero la paja la quemará con fuego que no se apaga.

Jesús anuncia que el tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca, entre nosotros. Los que son tenidos por los jefes de las naciones las dominan…y los grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros sea vuestro servidor. Hace referencia a Juan… vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron.

El proyecto implícito en el jubileo puede ser bueno para todo el mundo, es un mensaje a la mano para cualquiera de toda lengua, raza o nación, hombre o mujer, libre o esclavo.  Ojalá pueda el mundo mirar así, perdonar deudas, restituir los campos a los que los perdieron, liberar a los que han quedado esclavizados en el transcurso del tiempo, desahuciados, restituir esa moneda a cada uno, para recuperar el rostro humano de sociedades y pueblos desfigurados por el dominio y la opresión. Esa moneda es la que se recoge al final del día, la plenitud del Reino, la transacción es un río de gracia que se produce según se escucha la Palabra. La economía del espíritu a la que fuimos incorporados cuando se abrieron los ojos de nuestro corazón, ¿cuál día? el día que se abrieron los cielos y escuchamos, como Jesús en el Jordán, nada más que un siervo, un cordero, un hombre de debilidades. Antes de ese bautismo Jesús bien podría haber ido desde Nazaret a la vecina Séforis a esperar en la plaza que le contrataran como albañil, como esos jóvenes africanos que esperan en nuestras plazas, sea la plaza de Atocha, la Elíptica  o la de cualquier ciudad o pueblo español, a veces llega el atardecer y no te han contratado, pero si alguien viene a última hora y te contrata, es una bendición, en el Reino dice Jesús te pagan con una sola moneda aunque sea a la última hora de la tarde.

La iglesia institución necesita salir a los caminos, a las plazas, como llama la Sabiduría; a las azoteas, sin levantar la voz como en Oriente próximo o en el norte de África la gente charla en las terrazas y las azoteas en los días de más calor al caer la tarde. Y desde allí repetir un mensaje de solidaridad, de amor y esperanza, para todos. Ya sabemos que hay muchos que están en primera línea, mujeres y hombres, pero los estamentos más altos de la iglesia tienen que mostrar en su acción y palabra este mensaje y esta esperanza…para darles diadema de gozo en vez de ceniza, aceite de gozo en vez de vestido de luto…los lugares de antiguo desolado levantarán y restaurarán las ciudades en ruina. Esto sólo se puede producir si la iglesia recuerda, escucha, y transmite el mensaje original que recibió en acciones y palabras. Este mensaje es siempre actual y muestra la irresistible atracción y sencillez de la Palabra.

La justicia es un eje sobre el que se construye una ciudad donde los ciudadanos viven en paz, un espacio donde las personas establecen sus relaciones en igualdad. La justicia no es una condición abstracta está hecha de acciones de solidaridad y amor entre seres humanos, llena de actos concretos y cercanía, de reconocimiento de los otros como propone Jesús y también Juan. En la Biblia la última página del antiguo testamento cierra ese tiempo con un envite donde se dice que vendrá fuego y quemará a los agentes de injusticia como paja, pero para los que temen su Nombre, brillará el sol de justicia con la salud en sus alas, habla también de la venida de Elías, que en los días de Jesús la gente había identificado con Juan. En aquel tiempo el fuego se llevó a Jerusalén y su templo, y no quedó piedra sobre piedra, habían pasado cuarenta años desde las palabras de Jesús. Vosotros cuando veáis estas cosas levantad vuestra cabeza porque se acerca vuestra liberación. Palabras difíciles de comprender o sencillas en su concreción.

En periodos de penuria, miseria y confusión la violencia aparece como un posible camino o como el único posible. Jesús desde el comienzo se ha cruzado con partidarios de ese camino, bien ha podido ser después de su bautismo “…vivía entre fieras…”, puede ser en Samaria cerca del pozo, o en los refugios secretos del desierto, y en Galilea donde se le han podido unir algunos cercanos a la violencia. Igual que Malaquías, Jesús ve venir la violencia, pero dice que esa no es la puerta por la que salen y entran las ovejas donde hay pasto. Los partidarios de la lucha y la muerte son salteadores y acabarán como al que le cae una torre. El recurso a la fuerza conduce a caminos sin salida de destrucción y muerte. El pueblo estaba a la espera, vio en aquel tiempo una luz grande, era el tejido que construía Jesús a través de Galilea y Judea. Mujeres, hombres y niños, no son legiones, comparten el pan y el pescado al caer la tarde, y disfrutan de otro reino, puede ser que allí mismo entre la hierba ondulante algunos aniden esperanzas beligerantes en sus corazones y esperen una pascua sangrienta para echar a los romanos al mar, Jesús ha rechazado ese camino del poder y el dominio. En el tiempo presente hay que formar un tejido, una red como Jesús entonces, un lugar donde acampa una mujer que tiene alas grandes como las del águila y aunque vaya al desierto no temerá la violencia de los salteadores, ni del imperio; la mujer es una comunidad que escucha la Palabra, se deja llevar por el viento del Espíritu y sabe de dónde viene y a dónde va.

Quizá sea para nosotros la última hora de la tarde y estemos esperando que alguien se nos acerque para llamarnos a trabajar y darnos esa moneda como restitución de nuestro trabajo.

Antonio Alarcón

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